
Hace tres años la profesora de educación visual y plástica de secundaria Meri Arellano, formada como arteterapeuta, planteó un taller de apoyo emocional en el aprendizaje y que encajaba en el Proyecto de Diversificación Serrallonga, permitiendo trabajar con alumnos «desde otra perspectiva, utilizando el arte para ayudarle a mejorar a nivel personal y, de paso, a nivel académico «.
Me parece una iniciativa fantástica. Desde que se empezó a implantar el arteterapia en España, a principios de siglo, cada vez ha ido ganando más terreno, de forma merecida, ya que se evidencia como óptima para trabajar con las dificultades desde un paradigma distinto al de las terapias tradicionales.
Sin embargo me preocupa una cuestión: para llamar a un proyecto arteterapia se necesitan para mí varios factores, entre ellos son fundamentales el vínculo terapéutico, el encuadre y la voluntariedad de los participantes como mínimo.
Cuendo un arteterapeuta aplica sus conocimientos en contextos educativos o sociales para gestionar conflictos, para mejorar la cohesión de un grupo, o con otros fines educativos o sociales, lo que hace, según mi perspectiva, no es arteterapia. En todo caso podría denominar a su proyecto o a su intervención «aplicaciones del arteterapia», pero no «Arteterapia». Podríamos también reflexionar sobre si podríamos llamarlo «Mediación Artística».
Hola, soy Meri Arellano. Estoy de acuerdo con esta crítica, de hecho, en el colegio lo hemos planteado como un taller de soporte emocional desde el arte terapia.
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